En la historia de Talleres, hay apellidos que no solo aparecen en las planillas de los equipos, sino que se graban para siempre en el alma de la institución. Uno de ellos es Salvatelli, nombre que remite a entrega, fervor y una fidelidad inquebrantable por nuestros colores.
+ FOTO: Talleres 1921:

(Parados: Félix Rossetti, Santiago Bolognino, Cristino Albarracin, Eduardo Ponce, Enrique Arce y Emilio Fernández. Agachados: Juan Prax, Horacio Salvatelli, Ernesto Pieri, Antonio Pimentel y Luis Bustos)
Horacio Salvatelli fue uno de esos jugadores que no concebía otra forma de defender la camiseta que no fuera dejándolo todo. En 1917, cuando aún jugábamos bajo la denominación de Central Córdoba, protagonizó uno de los capítulos más pasionales y polémicos del clásico cordobés.
No se solucionó en la cancha
Aquel día, una jugada confusa y reñida Salvatelli lesionó al arquero rival de apellido Cardozo. Belgrano acudió a la Policía y el jugador Matador fue detenido en lo que hasta hoy consideramos un atropello al espíritu del juego. Mientras algunos llamaban a los efectivos, nosotros poníamos el cuerpo. Porque cuando se trataba de Talleres, no había dudas: se peleaba por justicia, no se pedía permiso.
+ FOTO: Salvatelli, preso por amor a Talleres:

La Liga Cordobesa respondió con dureza. Nos desafiliaron, suspendieron a Salvatelli y pretendieron silenciar una pasión que ya latía fuerte en los barrios. Pero no pudieron. Nos reinventamos. Volvimos con el nombre que hoy llevamos con orgullo: Club Atlético Talleres, y al poco tiempo, otra vez, campeones. Lo que no entendían aquellos dirigentes, ni los que veían a Talleres como una amenaza, es que este Club no se puede apagar ni con sanciones ni con barro mediático.
+ FOTO: Talleres 1918, visita del plantel al Mercado Norte:

Los Salvatelli, una familia de ADN Matador
La familia Salvatelli es un emblema de esa resistencia. Porque Horacio no estuvo solo: sus hermanos también jugaron para la T, su madre lavaba las camisetas a mano en un fuentón de lata y su hija, Adelina, nos dejó una anécdota que pinta de cuerpo entero el sentimiento albiazul. Un día, su tío Mario, que había pasado a Lavalle (Club que luego, junto a Palermo formaron el actual Unión San Vicente), le hizo un gol a Talleres. La nona, firme con sus principios, le advirtió: “Si le hacés un gol a Talleres, no comés por una semana”. Y cumplió. Horacio, preocupado, mandó a su hija a espiar si al menos lo dejaban sentarse a la mesa. La respuesta fue tajante: “Están todos tomando sopa, menos el tío Mario”.
+ FOTO: Adelina Salvatelli, heredera de una pasión:

Para que los que se encuentran leyendo se den una idea de cómo era Horacio, recuperamos las palabras que su hija Adelina dio a La Voz del Interior por el Centenario del Club: «Horacio Salvatelli, mi papá, era capaz de cualquier coasa por Talleres. Su amor y fidelidad por el Club era incondicional. Jugaba de delantero y todos decían que era un gran goleador y también, un gran liero (sic). En mi casa era el ser más bueno del mundo, el más educado y el más humilde en un hogar muy pobre.»

Historias como estas nos recuerdan que Talleres es más que un Club. Es identidad, es barrio, es familia. Es ese fuego que ni el paso del tiempo ni las sanciones injustas pudieron apagar. Es, como fue para los Salvatelli, una forma de vivir.
Hoy, desde este presente que nos encuentra creciendo en todos los frentes, miramos hacia atrás con orgullo. Porque entendemos que la historia no es solo un recuerdo: es la raíz que sostiene todo lo que somos.
Gracias, familia Salvatelli. Gracias por enseñarnos que Talleres se lleva en la sangre.