Hay tardes que quedan marcadas a fuego en la memoria del hincha y hay nombres que no necesitan mucha presentación. Basta decir “el Tigre” y la historia se acomoda sola. Porque Humberto Bravo no fue un delantero más. Fue el que alguna vez le hizo cuatro a los primos en Alberdi, el que se codeó con Maradona en la Selección, el que escribió su nombre en la historia grande de Talleres con goles, garra y humildad.

Bravo vino desde Añatuya, Santiago del Estero, con el sueño entre los botines. No la tuvo fácil. Antes de llegar a la “T” probó suerte en Independiente y en Quilmes. Así fue tocando puertas hasta que apareció en Barrio Jardín. Dicen que Labruna lo vio en un entrenamiento y en un par de goles ya se dio cuenta: este pibe era distinto.
Un gol inolvidable
Tenía ese olfato que no se entrena, ese fuego sagrado del goleador que sabe estar donde nadie más está. Como aquel partido contra Newell’s, que solo aquellos que lo vivieron entienden lo que significó gritar ese gol. Se jugaba la Semifinal del Nacional ’77, en Córdoba habíamos empatado 1 a 1 y había que jugar en Rosario. Para nada fácil. «Era el único equipo que nos hacía frente y nos atacaba también», supo contar el Tigre.
+ VIDEO: Uno de los goles más gritados de nuestra historia:
El partido iba y venía, un verdadero duelo entre grandes del interior. Cuando todo parecía perdido, faltando tan solo 3 minutos de partido, apareció el Tigre y la mandó a guardar. La emoción fue tan grande que aún hoy se nos escapa alguna que otra lágrima de emoción. Bravo corrió más de 100 metros, atravesó la cancha y se colgó del alambrado para festejar con los miles de cordobeses que acompañaron al equipo. ¡Éramos finalistas del Nacional! (lamentablemente nos quedamos sin el título aquel año por gol de visitante. Sin perder ninguno de los dos partidos de la final)
Póker en Alberdi
Encima, siempre se caracterizó por su humildad. Porque el Tigre no necesitaba gritar sus hazañas, sus goles hablaban por él. Como aquella tarde del 25 de mayo del ‘76, cuando se despachó con cuatro goles a Belgrano en su propia casa. Cuatro. En Alberdi. Humberto reveló en más de una ocasión que el último gol de aquel encuentro fue uno de los más lindos de su carrera.

(Bocanelli, Bravo y Cherini)
La Selección y su relación con Maradona
Esa fue la tarde en que se ganó el corazón de todos. Y también, el pasaje a la Selección. Sí, ese Bravo que antes era «uno del montón», se terminó poniendo la celeste y blanca al lado del mismísimo Diego Maradona. Compartieron concentración, mates, entrenamientos… y también la tristeza de quedar afuera del Mundial ’78. Una desilusión que los unió para siempre.

“Bravito, el próximo lo jugamos juntos”, le dijo Diego. Y aunque la vida les fue llevando por distintos caminos, ese lazo quedó. Porque Bravo no fue solo goles: fue compromiso, fue compañerismo, fue bandera. Fue de esos tipos que no se olvidan.
Uno más de nosotros
Hoy, el Tigre sigue caminando por el barrio como uno más. Te lo cruzás por Jardín y no parece ese que tiene 140 goles en la T. Está ahí, charlando con vecinos, hablando de la vida. Pero cuando alguien lo reconoce, se enciende la memoria. Él, con su sonrisa de siempre, revive las historias que los hinchas atesoran como si fueran propias.

El gol a Ferro para darle una mano a Diego, los cuatro a Belgrano, la vez que casi juega el Mundial, el tanto contra Barcelona en Guayaquil… Podés nombrar el que quieras, que siempre hay alguien que se acuerda con lujo de detalle. Y si no es él, seguro es un hincha de esos memoriosos que le refrescan la historia como si hubiera sido ayer.

Porque el Tigre Bravo no fue solo un jugador. Fue una época. Un símbolo. Y sobre todo, uno de los nuestros. De esos que dejaron todo por la camiseta y se quedaron a vivir para siempre en el corazón del pueblo albiazul.