Hay vínculos que superan los límites del deporte. Encuentros que se dan casi por azar y terminan marcando una época. Así fue la relación entre Daniel Willington, y Oscar “Ringo” Bonavena, uno de los boxeadores más queridos que dio el país. Una amistad forjada en los años setenta, entre apuestas de bowling, churrascos al mediodía y sueños compartidos.
El Daniel ya era una figura del fútbol argentino. Tenía el talento de los distintos: pegada prodigiosa, visión de juego, ese toque de rebeldía y poesía que lo hicieron único. Mientras tanto, Ringo, carismático, auténtico y popular, era el boxeador del pueblo, capaz de pelearle a Muhammad Ali en el Madison Square Garden sin perder la sonrisa.

(Foto: El Litoral)
Se conocieron en un boliche llamado “La Bola Loca”. Ahí, entre risas y desafíos de bowling, nació una amistad entrañable. Ringo apostó una botella de whisky y perdió. Desde entonces, no se separaron más.
En un mano a mano con Clarín en el año 2014 Daniel aseguró: «Era un tipo generoso, una excelente persona. Un tipo sano, que vivía con una sonrisa.»

Fue el propio Bonavena quien impulsó la llegada de Willington a Huracán. Lo recomendó al cuerpo técnico y gestionó su arribo desde México, cuando el enganche estaba por volver al fútbol azteca. A pesar de que el paso por el club porteño no fue el mejor, la relación entre ambos se mantuvo intacta. Porque lo que los unía era el afecto sincero, la complicidad y el respeto mutuo.

Compartían entrenamientos, almuerzos y tardes en la casa de la familia Bonavena, donde Dominga, la mamá de Ringo, cocinaba pastas caseras que quedaron en la memoria del 10 cordobés. La admiración era mutua. Willington acompañó a su amigo incluso en las grandes noches del boxeo.
UN DÍA TRÁGICO
El 22 de mayo de 1976, la noticia del asesinato de Ringo golpeó a todos. Daniel se enteró mientras entrenaba en Córdoba. Aquel día, el boxeo y el fútbol perdieron a un hombre querido por su pueblo, pero también a un amigo entrañable.
Hoy, a 49 años de la partida de Bonavena, lo recordamos desde el Club con respeto y emoción, porque su historia se entrelaza con la de uno de los nuestros.
