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Llegó a Córdoba únicamente con una tortilla de papa y se convirtió en un prócer de Talleres

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Hay historias que trascienden el fútbol. Que se quedan para siempre en la memoria colectiva del hincha, como si fueran parte de un viejo relato que se repite en las tribunas, en los bares o en una sobremesa de domingo. La historia de la Wanora Romero es de esas. De las que emocionan, de las que te hacen sentir orgullo de ser de Talleres.

Nació en Cruz del Eje, en 1933 y en 1955 llegó a Córdoba con lo puesto… y una tortilla de papa que le había hecho su mamá, “por si no me daban de comer”, contó alguna vez. La escondió detrás de un palo del arco en el primer entrenamiento, pero la encontró el arquero Ugolino Serra y se la comió. “Decile a tu vieja que estaba rica y que te haga otra”, le dijo. Ahí empezó todo.

+ VIDEO: Un mismo amor, hasta el final:

Todavía no era “la Wanora”, todavía no sabía que iba a convertirse en el máximo goleador de la historia de nuestro Club. Le decían así por una vieja máquina de tejer, porque su forma de moverse en la cancha parecía eso: una coreografía zigzagueante que bordaba jugadas inolvidables. Tejía fútbol.

(La Wanora tirando una Chilena frente al Barcelona de España)

Jugó entre 1955 y 1968. Hizo 163 goles en 242 partidos. ¡Sí, leíste bien! 163 goles. El que más veces gritó con esta camiseta. El que más goles le hizo a los de Alberdi: 19 en 28 clásicos. El que nos hizo festejar nueve títulos de liga cordobesa. Un delantero con una zurda exquisita, que te desarmaba con un amague, te liquidaba con una definición seca, precisa. Un jugador fino, de esos que no se olvidan.

Y si hablamos de conducta, también ahí dejó huella. Jamás fue expulsado en 15 años de carrera. Por eso recibió varias veces el “Premio a la Conducta Deportiva” de Radio Universidad. Porque además de ídolo, la Wanora era un ejemplo.

También supo representar al seleccionado de Córdoba, fue preseleccionado para el Mundial de Suecia 58, y jugó en Huracán (30 partidos, 3 goles). Pero su corazón, su alma y su fútbol siempre fueron de Talleres. Hasta dirigió al primer equipo en 1972 y 1993. Siempre al pie del cañón.

La Wanora Romero no fue sólo un goleador. Fue un artista. Un símbolo. Un prócer de nuestro Club. Y su historia, esa que empezó con una tortilla de papa y una ilusión, hoy es parte del alma de Talleres.

¡GRACIAS ETERNAS WANORA!

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